El de Luisa Spagnoli y Giovanni Buitoni fue un amor imposible y trágico. Lo compartieron casi todo: eran socios de la misma empresa, ambos soñaban en crear un negocio que diera beneficios, que cuidara del bienestar de sus dependientes y que también fuera reflejo de la modernidad de una ciudad de provincias.
La ciudad era Perugia y la empresa “Perugina”
Lo único que no podían compartir de cara a la sociedad del momento fue el sentimiento de mutuo amor y respeto que los unió hasta la muerte repentina de Luisa en París. Le habían diagnosticado un tumor a la garganta que se la llevó en tan sólo 6 meses. Era el 1935 y Luisa tenía sólo 59 años. Ya estaba casada cuando conoció a Giovanni, catorce años menor que ella.
De la relación entre ellos nunca se supo nada públicamente, no hubo escándalos ni rumores por la ciudad. Sólo treinta años después de la muerte de Luisa, Giovanni habla de ella como de “una mujer de mente y corazón excepcionales” a la que le tenía un gran cariño. Giovanni estuvo en París apurando con ella los últimos meses de su vida. Se cuenta que en el lecho de muerte Luisa le predijo que conocería “a una joven extraordinaria que por ti hará lo que yo no podré hacer”. Poco tiempo después Giovanni conocería a la soprano Leticia Cairone, con la que se casó una año más tarde. Se cuenta también que los hijos de Luisa le cedieron a Giovanni una llave del mausoleo donde está enterrada la madre para que pudiera visitarla en sus viajes a Perugia.
En 1922 Luisa tenía 45 años, tres hijos y una vida dedicada al trabajo y a la familia. La salud de su marido Annibale le preocupaba a toda la familia: se presentaban cada vez con mayor frecuencia episodios depresivos que le llevaron a alejarse de la familia y de la empresa que había creado con su mujer. Giovanni tenía a su cargo el aspecto comercial y de marketing de la compañía, se ocupó también de política, llegando a ser alcalde de Perugia en 1930. Eran los años del fascismo, presidente del gobierno era Benito Mussolini.
Luisa, mujer concreta y práctica, decidió no desperdiciar nada la materia prima que se utilizaba, así que tomó al toro por los cuernos. Mezcló la avellana triturada y tostada que sobraba de otros productos con los restos de chocolate fundido, encima una avellana entera y todo envuelto en una capa de chocolate amargo crujiente.
Si Luisa le dio forma a un sentimiento nunca lo sabremos, pero sin duda fue Giovanni el que le dio nombre al bombón de avellana: el beso. No había mejor publicidad cuando se entraba en la tienda de Perugina que pedirle a una de las jóvenes dependientas: “señorita, ¿me da unos besos?”.